

Amar sin perder la propia identidad… A algunos le sonará a algo lejano e incluso puede que exagerado, mientras que otros puede que se sientan encarnados en este conjunto de seis palabras. Perderse a uno mismo amando, cambiar, «no ser quien era y no porque me haya transformado en algo mejor, si no que siento que me he borrado de la ecuación, que el nosotros dejó de estar compuesto por dos para ser uno solo y, ahí, me perdí».
Sabemos que amamos pero, generalmente, no tenemos ni idea de cómo amamos porque nadie se para a preguntárselo. Es normal, claro, uno se lanza al amor, no a filosofar sobre el amor o a analizarlo. Otro tema distinto es cuando sufrimos por amor, cuando nos ahogamos amando, cuando nos perdemos en ese proceso y ya no aguantamos que nadie nos pregunte o nos señale que nos ven raras (raros) desde hace un tiempo, que ya no saben de nosotras/os, que… «¡Ay! cómo duele sufrir de amor».
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Me convierto en la pareja perfecta
Hace unas semanas un conocido se describía así mismo como «soy el novio perfecto, el marido perfecto, el hijo perfecto, el trabajador perfecto… y me olvido de mí». Nosotros podríamos pensar ¿y qué será eso de ser perfecto?, ¿acaso existe eso?, ¿quién da el título? ¿y qué gana uno si al final «me olvido de mí» o será que esto no va de olvidos si no de necesitar sentir que uno tiene la facultad de poder colmar siempre al otro?
En muchas ocasiones, más en mujeres que en hombres (de ahí que hablemos más en femenino), he escuchado esa queja de que se perdieron así mismas en el proceso de amar a alguien. Se habían transformado en la persona que creían que la pareja quería, ya fuese en la manera de vestir o en las aficiones, en la manera de relacionarse con los demás… Pero, lo que suele suceder con el tiempo, es que aparece esa sensación de pérdida de la propia identidad. «Ya no me río como antes, no visto como antes, a veces ya ni me reconozco. Me dicen que he perdido mi luz».
Y ¿qué es lo que ha pasado para esta transformación? Partamos de la base de la ignorancia, ninguno tenemos idea, hay que escuchar la historia y el caso por caso. Desde ahí, nos podemos lanzar a especular y montarnos teorías infinitas como que el amado no pidió que se convirtiese en otra pero ella quería ser la persona que podía darle todo, alguien indispensable, inolvidable, perfecta, la que cumple con todos los ideales de ser mujer que cree que él tiene o que ella tiene arraigados.
Ý no es que decida así, conscientemente, como tarea del día, que ha de cambiar por el bien de su relación. Es algo que se da de forma pausada, lenta, sin que sea algo nombrado ni pensado, solo va sucediendo.
No desear otra cosa que ser con él y para él
«Cuando estamos juntos el mundo desaparece«. Podría ser el verso de cualquier canción o de un poema, podría ser un mensaje entre dos enamorados pero ¿qué pasa cuando eso se lleva a la literalidad y no solo durante los primeros meses del enamoramiento?
Seguro que en vuestras propias historias o en las de vuestro entorno podréis encontrar anécdotas o referencias que hacen real «todo mi mundo eres tú»:
- No salgo sin él (ella) porque se enfada.
- Cada vez que tengo novio, no sé por qué, dejo de ver a mis amigas.
- Todo es él. Todo es ella. Todo es con él o con ella.
- Han pasado cuatro años de relación pero sigo haciéndolo todo con ella/él.
- Él sale con sus amigos pero a mí ya no me apetece quedar con los míos, yo me quedo en casa esperándole.
Evito los conflictos en pareja
Si dos personas piensan igual en todo, puedo asegurar que una de ellas piensa por las dos. Sigmund Freud
Hay muchas parejas que están orgullosas de decir que nunca discuten pero ¿por qué no discuten?, ¿por qué eso es una señal de alegría y buena providencia?
Discutir, según la RAE, es: 1, Dicho de dos o más personas: Examinar atenta y particularmente una materia. 2, Contender y alegar razones contra el parecer de alguien.
No pretendo hacer una apología de discutir, ni muchísimo menos, pero sí quiero poder incluir en este aspecto todas aquellas personas que sienten que han de evitar los conflictos para que se mantenga esa imagen idílica de que todo va bien, cuando en su interior es un maremágnum de cosas que se van guardando, de aquello que no les parece bien, de lo que opinan diferente, de lo que sienten distinto… Pero tragan. Tragan hasta que explotan, hasta que no pueden más, hasta que enferman o de repente todo se termina.
Hay dinámicas de pareja donde uno empieza a perder sus propias ideas, donde parece que ya no puede tomar decisiones por sí mismo si no que son las indicadas por su cónyuge (que no es lo mismo decidir juntos que seguir las indicaciones de alguien como ley de vida). Dinámicas donde tener un pensamiento propio pareciese que no está permitido y, no digo que sea la pareja quien no lo permite, que en ocasiones así es, si no que también se pone en juego los propios conflictos de uno.
Quién eras, quién eres cuando amas
Hay sorpresa en muchas mujeres, también en hombres, cuando al finalizar la relación comienzan a sentir alivio. Pasan los meses y vuelven a verse como antes, con más energía y vitalidad, pudiendo disfrutar de las cosas, pudiendo volver a hacer actividades que antes habían dejado de hacer.
Muchas describen que habían borrado una parte de sí mismas, que habían sentido que dejaban atrás valores y creencias personales para adecuarse a lo que creían que esperaba su pareja de ellas, o lo que ellas creían que debía de ser una pareja.
Son descripciones que hacen pensar «¿qué me pasa cuando estoy en una relación de pareja?«.
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