A pesar de que la mayoría de las personas tienen el punto de mira puesto sobre la salud física cuando se habla de coronavirus, la realidad es que todo lo que supone el Covid ha tenido y tiene un impacto importantísimo y demoledor sobre la salud mental, con independencia de la edad.
Consecuencias psicológicas Covid: El confinamiento
El coronavirus ha supuesto un antes y un después en nuestras vidas. Si lo recordáis, durante el confinamiento domiciliario comenzó a equipararse la situación que estábamos viviendo con una situación de guerra, todo el mundo en alerta máxima y atemorizado ante -en esta ocasión- un enemigo que no se podía percibir a la vista.
Ante esta situación, la respuesta emocional varió en gran medida y nos encontramos entonces con síntomas paranoides, aislamiento emocional, ira y pánico, una profunda y desgarradora soledad, entre otros. Cualquiera podía ser el enemigo si estaba en la calle aunque fuera por causas justificadas. Cualquiera podía ser el enemigo porque no se podía ver si estaba contagiado o no. Al igual que salir a la calle resultó ser, para muchísimas personas, una situación de un alto nivel de estrés, no solo por la posibilidad de enfermarse si no por -aunque fuera por causas justificadas- tener la sensación de ser un forajido o estar haciendo algo terriblemente incorrecto.
El impacto emocional era impresionante. Vecinos acostumbrados a tener en sus carreteras colindantes un alto índice de desplazamientos de vehículos y calles llenas de personas, a aceras absolutamente vacías. El silencio más ensordecedor al que nunca se habían enfrentado solo roto por el sonido de las ambulancias que circulaban a toda velocidad y solo un pensamiento, ahí va alguien que está luchando a vida o muerte en este momento.
Cuánto miedo se instaló en cada instante, cuánta vulnerabilidad. Cifras y cifras de muertos que hacían que cualquier persona se enfrentara a su propia mortalidad, esa que parece que nunca va a llegar, que se mantiene en la mente como una certeza pero negada. Esta situación rompió esa fantasía e hizo que cada ser humano se enfrentara a lo inevitable de forma abrupta, la mortalidad en cualquier instante de la vida es posible.
Además de lo descrito, el encierro supuso que las patologías, los conflictos psíquicos o dificultades emocionales elevaran su incidencia. No solo en las personas diagnosticadas o en tratamiento, también en aquellos que nunca habían consultado a un profesional. Ésta fue una de las razones por las que se crearon tantos servicios de apoyo psicológico a través de teléfono para dar sostén a la población general como sanitaria.
El confinamiento domiciliario afectó en todo el orden de la vida. Familias que estaban desbordadas en la convivencia; padres que ya no sabían cómo ayudar a sus hijos a tramitar por todo esto; niños que no tenían recursos emocionales para elaborar un encierro; víctimas de violencia de género que habían quedado a mano de sus agresores en un tiempo en el que emocionalmente había un incremento de estrés; ancianos que estaban aislados; personas de todas las edades que buscaban con quien pasar el confinamiento, o quienes se saltaban las restricciones para buscar el contacto.
La vida fue un antes y un después.
La desescalada
Aquellos primeros meses resultaron ser difíciles y complejos para todos aquellos que lo vivieron de cerca, ni qué decir de aquellos que estaban perdiendo a sus familiares o que enfermaban y no podían ir a atenderles. Aquellos meses paralizantes, de adaptación y elaboración, de lucha por sobrevivir emocionalmente cuerdos.
Tras el confinamiento domiciliario llegó la desescalada. Algunos vieron las puertas del cielo abrirse, el sol volvía a aparecer y la posibilidad de caminar lejos de un techo supuso una bendición. Pero, no fue para todo el mundo esta sensación. Muchísimas personas continuaron en sus casas con absoluto pánico a poder enfermarse. De repente, personas que no habían tenido ningún problema para relacionarse o salir al exterior describían que imaginarse salir a la calle les generaba una angustia demoledora y preferían quedarse en casa. A su vez, aquellos que salían a pesar del miedo, volvían rápido a la casa o intentaban encontrar caminos en los que no hubiera personas porque el hecho de ver a varias personas en la calle les generaba la misma sensación que si se encontraran ante una aglomeración.
A pesar de que estaba permitido, entre las personas convivientes no siempre fue sencillo que uno saliera y el otro no, apareciendo de nuevo una especie de paranoia, de reproches, de rituales de limpieza excesivos, de distancias incluso bajo el mismo techo. El miedo gobernaba a golpe de maza.
Familiares que no pudieron decir adiós
Otra de las enormes y terribles consecuencias del Covid ha sido la paralización y desgarro que ha supuesto la ruptura en los rituales que favorecen el tránsito por el duelo. Con independencia del credo, la posibilidad de ver, despedirse o velar al que ha fallecido uno puede enfrentarse a la marcha e iniciar parte del camino que supone decir adiós.
En estos meses de largos confinamientos y restricciones muchísimas personas se enteraron, cito, «a golpe de teléfono» de que sus familiares habían fallecido en hospitales o residencias. Habían fallecido solos, sin ellos, sin una mano que pudiera sostenerles hasta el final, sin un beso en la frente para despedirse. Todos saben que las circunstancias eran las que eran pero eso no mitiga la rabia, el dolor y el enfado que ha supuesto sentirse tan lejos después de tanto tiempo compartido, a pesar de tanto amor puesto en juego.
Depende de la persona y su historia psíquica, cada uno ha podido ir afrontando y enfrentando esta situación de forma más o menos saludable pero, la realidad, es que aún hay muchas personas con un duelo enquistado y un rememorar constanemente las circunstancias: la última vez que le vieron, la última llamada, la llamada del profesional que les dio el aviso, las cenizas, la pregunta de cuándo podrían ir a dejar flores (época de cierre perimetral) al cementerio, la culpa y el remordimiento ¿podría haber hecho algo más, algo distinto?
Hoy día
Han pasado meses, muchos meses, y siguen acudiendo personas a consulta para hablar de lo que ha supuesto el Covid en sus vidas. Y es que ha supuesto mucho, se han generado muchos cambios de los que no todo el mundo es consciente.
Los lazos afectivos se han desecho o se han desmenuzado hasta tal punto que hay quien ha perdido el contacto con buenos amigos, que ellos mismos no han podido estar para o con los suyos ni a nivel de teléfono por la sensación de fragmentación de sí mismos que han vivido y les ha llevado a cerrarse en sí mismos, en un intento de crear un capullo de oruga en el que sostenerse. Personas mayores que aún no pueden dar un abrazo a sus nietos o sus hijos porque alguna de las partes, o ambas, tienen miedo, con el peso que eso va dejando dentro. Jóvenes que o se han lanzado al mundo a vivir como antes, o que van con el freno de mano echado y no pueden retomar ni cierta normalidad en su día a día.
Hay un mayor aislamiento emocional, incluso hoy día, y es posible que tardemos en ver cómo regresa cierta normalidad en las relaciones sociales. Hay personas que se sienten tremendamente solas y aisladas.
La sensación de incertidumbre perdura tan enormemente que ha dejado un poso que pocos son capaces de dejar atrás. Hay quienes viven más centrados en el día a día. Mientras que otros no pueden dejar de pensar qué ola vendrá esta vez, o qué variante del covid tocará, etc., etc., lo que está derivando en una dificultad para poder construir proyectos y una tendencia a pensamientos negativos recurrentes que provocan una bajada de ánimo perenne.
También se habla de una fatiga pandémica, que no es otra cosa que hablar del cansancio que todo el mundo padece por todo lo que estamos comentando y que engloba la tristeza, bajo estado de ánimo, la falta de sentido en la vida, la ira, el miedo, la desesperanza, la apatía, la soledad, cansancio crónico, dificultad para dormir, pérdida de apetito, ansiedad… No son pocas las consecuencias del Covid en la salud mental.
Eso sí, lo que nos ha demostrado el ser humano a lo largo de la historia es que, a pesar de las circunstancias, tiene la capacidad de ser resiliente. La otra cara de la moneda es que hemos visto cómo muchísimas personas han aprendido a vivir el día a día, a maximizar la experiencia de cada momento, a centrarse en aquello que le eleva el espíritu y minimizar lo que le perturba. Muchísimas personas han crecido y se han fortalecido emocionalmente con toda esta situación, se han conocido mejor y han avanzado.
Si no es tu caso, no desesperes, cada persona y cada mente tiene, y requiere, de sus tiempos para seguir avanzando y, si te encuentras que ya no puedes más o necesitas poder trabajar con alguien ese sufrimiento del que parece que no acabas de desprenderte, siempre puedes contar con nosotros para iniciar ese trabajo juntos. Tienes toda la información pinchando aquí.