Las redes sociales pueden tener sus ventajas, al igual que sus desventajas, en múltiples escenarios y desde diferentes perspectivas. Hoy día podemos ver cómo la manera en la que nos relacionamos ha cambiado, al igual que ha sido modificada la forma en la que se construyen los vínculos o el amor. Os compartimos una reflexión acerca de distintos aspectos de las redes sociales y sus usos.
Mensajería instantánea: El doliente «ya»
Nadie puede negar la comodidad de enviar un mensaje y poder recibir uno de vuelta en un tiempo breve, o del tiempo que dependa del interlocutor, frente a las cartas en papel (aunque era otra manera totalmente diferente de comunicarse, de escribir, de transmitir).
Hoy día, la mensajería instantánea también es una respuesta del funcionamiento social de nuestros días. Impera el «ya» en todos los ámbitos de la vida. Ante el dolor uno va al psicólogo a «quíteme esto» como si fuera una cosa extraña que no tuviera que ver con la persona misma. En las colas del supermercado la gente se enfada porque tienen que guardar la vez en lugar de ser los primeros en ser atendidos. Sus majestades los niños en cuerpecitos de adultos están frustrados cuando no reciben lo que desean en el momento mismo de pensarlo.
En las redes sociales ocurre exactamente lo mismo. Se envía un mensaje a través de una red social y si no se recibe respuesta al momento aparecen todo tipo de emociones: miedo, nervios, ansiedad, cabreo… «Si no me contesta ya es que no soy importante para él». Los lazos sociales se acaban convirtiendo en lazos virtuales muy volubles e inseguros. Citando al psicoanalista Luciano Lutereau «el amor virtualizado es más ansioso, necesita la confirmación de presencia del otro«.
Pareciera que uno ha de estar pegado al teléfono móvil para contestar al instante y que la persona no se angustie, como si no hubiera vida más allá de un mensaje. Hace unos años esto sería impensable, hoy día, muchas veces el que es señalado como «el que tiene el problema» es aquel que no contesta a los mensajes al momento.
Control que enmascara dependencia
La sensación de control sobre la vida de los otros debido a las redes sociales es una cosa impresionante. Tal vez, habría que añadir, la necesidad de saber de la vida de los otros, es una cosa impresionante. Se controla la hora en la que ha subido una nueva actualización en su historia o estado, la última vez que se ha conectado, si tiene un check o doble check o si se ha puesto azul y, si no lo tiene activado ¡qué horror! No hay posibilidad de controlar, de saber, si me lee o no me lee, si me presta o no atención, si me quiere o no me quiere.
Incluso, a través de las redes sociales uno se entera, o mejor dicho se actualiza, sobre la vida amorosa de los otros. Se publicitan las intimidades a través de fotografías de las últimas relaciones amorosas, se va actualizando el estado de las mismas con textos o más imágenes, hasta que llega el momento en el que la relación se termina. Los hay que dan el anuncio también en las redes sociales, independientemente de que sean solo famosos en sus casas, o también los hay que de repente eliminan todas aquellas publicaciones en las que exponía su amor a los ojos de otros. Así, aquellos controladores o espectadores de las redes sociales, cuando revisan las vidas -muros- de los otros, descubren que ¡hala, lo han debido de dejar!
¿Qué emoción se esconderá tras la necesidad de exponer la intimidad frente a un público conocido y/o desconocido?
Si no te tengo en redes, no existes
De esta manera, también llegamos a otro punto curioso del uso de las redes. Hay veces que pareciera que se eliminan las publicaciones, se eliminan a las personas o se bloquean a los usuarios de las mismas como si de esta forma dejaran de existir. Como si los lazos que antes estaban establecidos se hubieran cortado de golpe. Si no estás en mis redes sociales, no existes para mí ¿Realmente es así?
¿Dónde queda el proceso del duelo? ¿Se construyó algo lo suficientemente sólido como para que sea necesario hacer un duelo o se quedó en un vínculo vacuo que se puede borrar e intercambiar como si no valiese?
La vida que debería de tener es la de otros
Al igual que las redes sociales para algunos son un escaparate motivacional, para otros son una comparación constante con la «vida que debería de llevar y la que tengo».
Personas, independientemente de que sean catalogadas como influencers o sean los vecinos del segundo, que muestran su vida en sus redes sociales (foto de cómo me levanto, foto de lo que como y en dónde como, foto de entreno, foto de lo que me pongo, foto de viaje, foto de amor, foto de paseo, foto de compras…) acaban siendo objetos de adoración y desespero para los espectadores pues hay quien no cesa de compararse, de medirse. Es curioso, cuando se les pregunta pero ¿tú quieres eso para ti? Sorpresa. Silencio. Más silencio. Vergüenza. «No, pero parece que es lo que debería de hacer».
¿Cómo estamos construidos? Al final pareciera que las redes sociales también se convierten en un imperativo de lo socialmente aceptable para aquellos que no saben quiénes son o lo que desean en sus vidas.
El teatro de la felicidad
No digamos cuando hablamos de emociones. Estas personas que parece que son felices eternamente, porque no olvidemos que lo que vende en esta sociedad es la felicidad y lo que se repudia es la tristeza, que genera miedo porque «todos podemos enfermarnos de ella».
Entonces, aquellos «pobres» que son seres humanos que pasan por todas las emociones vitales, que se levantan tristes o tienen un día de mierda, aquellos que se enfadan, que les sale un grano en la cara el día de una entrevista de trabajo, que cometen fallos, que están alegres y al rato se han molestado, los que no están seguros de sí mismos… Aquellos que viven con su propia piel y en sintonía con la misma, cuántas veces miran las redes sociales y dicen ¿por qué ellos sí y yo no?
Hay personas que son influenciables ante el poder de las redes sociales, ante ese «estado de eterno bienestar» que se muestra y se que se vende, porque son el nuevo escaparte. Personas que se sienten desdichadas porque creen que realmente existe la felicidad de las 24 horas del día durante todos los días de la vida, donde no ocurre nada y ellos, por sentir las emociones de cualquier ser humano, son personas desdichadas porque no son esos Otros.
Si no gusta lo que publico, no gusto yo
No es una frase que haya pasado de moda ni un sentimiento que hoy día no esté presente. No hay por qué hablar de adolescentes, podemos hablar de personas de cualquier edad que se lanzan a las redes sociales intentando encontrar aceptación, confirmación y alabanzas. Su amor propio se basa en el número de «me gustas» que reciben de las personas que están al otro lado de la pantalla ¿os imagináis lo que esto supone?
Cuando reciben el «amor» que esperaban están exultantes, cuando no se alcanza lo esperado la frustración es abrumadora, pudiendo alcanzar estados de tristeza o pensamientos «negativos» de gran relevancia. Y, un dato más, por mucho «amor» que reciban de una publicación ¿cuánto dura ese estado de grandiosidad? Poco, muy poco, porque necesitan que constantemente refuercen dicha imagen.
Toda esta reflexión acerca de las redes sociales, todas las preguntas que quedan sin escribir y están entre líneas, todo lo manifestado, no tiene otra razón que la de pararnos a pensar qué tipo de uso hacemos de las redes sociales y si es un uso que nos eleva o nos lanza de golpe al suelo.
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